
Quienes hemos tenido la suerte de conocer al Prof. Louk Hulsman no podremos —con seguridad— dejar de relacionar su conducta de vida con la de un predicador convencido. Ese extraordinario ser humano —gran amigo de LH— que es Nils Christie solía criticarle a su amigo Louk su escasa vocación por la producción de obras y trabajos escritos al estilo de la Academia. Ello no significa que el Prof. noruego Nils Christie no fuera un activista consistente con su provocativa pero rigurosa producción académica publicada. Los últimos días de enero de 2009, este gran señor que fue Hulsman, falleció. Deja un vacío difícil de llenar, pues siempre ha sido un ser humano tremendamente especial, lleno de vida, comprometido, que absorbía la energía inagotable de los más jóvenes para mantenerse joven, tanto él como sus ideas. Irreverente, carismático, jamás predecible, dejó profundas influencias en la manera de pensar y ver a la justicia penal como un problema en sí misma en quienes lo leyeron, lo escucharon y debatieron con él. Nadie dice que la propuesta abolicionista sea políticamente viable, pero no se puede dejar de reconocer que su inmenso potencial crítico ha conmovido y sacudido con resultados difícilmente cuantificables las justificaciones tradicionales del derecho represivo. Y ése es el terrible valor del movimiento abolicionista, su efecto devastador sobre presupuestos, dogmas y verdades que, de tanto ser repetidos, no han sido cuestionados. Es por eso que no es posible ver al derecho penal mínimo como un estado anterior del abolicionismo. Su diferencias no son cuantitativas, son cualitativas. Lo que distingue a los abolicionistas penales radicales es que ellos tienen como único fin que los aglutina un fin un tanto exótico: la destrucción de su objeto de estudio. Para recordarlo, en el próximo post publicamos la traducción de un trabajo suyo de hace muchos años que tuvimos el gusto de traducir.
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